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Posts Tagged ‘Dios’

No fa pas tants anys, en arribar aquestes dates, es rebien postals de felicitació a les cases que desitjaven unes bones festes de Nadal i un pròsper Any Nou. Era una tradició bonica que, en algunes famílies, era tot un esdeveniment, ja que hi havia uns dies on tothom col·laborava en la tasca: uns escrivien el text, d’altres posaven les adreces dels destinataris, algú altre copiava a tooots els sobres el remitent (és possible que si això ho està llegint algú jovenet li sembli que ens estem referint a misteris de l’edat mitjana!), s’havien de posar els segells i, el més important, cadascú signava de pròpia ma totes les missives. Des de l’adquisició de les postals fins que, ja tancades dins el sobre, es dipositaven a les bústies de correus, tot responia a un pla coordinat per tal de portar un somriure a una altra casa, on el missatge principal era ‘ens enrecordem de tu i et desitgem el millor’.

Aquesta tradició ens servirà per recordar per un moment el seu origen: un pla elaborat en l’eternitat passada, tots i cadascun dels passos per dur-lo a terme, i el missatge transcendent que ens arriba net i clar si és que el volem escoltar: ‘Déu ha estimat tant el mon que ha donat el seu Fill únic per què tot el qui creu en ell no es perdi, sinó que tingui vida eterna’.

No hi ha una postal de Nadal més bonica que saber que el nen de Betlem va concloure el pla de la nostra salvació arribant fins a la creu. Perquè, la història no va acabar allà, sinó que Jesús va ressuscitar vencedor: sobre la mort, sobre el pecat i sobre tota la dissort humana.

Ah, mira! Aquí a la bústia he trobat la postal d’enguany. Obro el sobre i llegeixo. Diu: ‘Jo soc amb tu cada dia, fins el final. Que ja saps que t’estimo!’.

Benvolguda lectora, benvolgut lector, que has ‘caigut’ en aquest blog potser per casualitat, aquesta petita reflexió és la meva felicitació de Nadal per a tu. Que Déu et beneeixi!

                     

La postal de Navidad

No hace tanto tiempo, cuando llegaban estas fechas, se recibían en las casas postales de felicitación que deseaban unas Felices Navidades y un Próspero Año Nuevo. Era una hermosa tradición que, en algunas familias, se convertía en todo un acontecimiento ya que, durante unos días, todos colaboraban en la tarea: unos escribían el texto, otros ponían las direcciones de los destinatarios, alguien más copiaba el remitente en todos los sobres (¡es posible que, si esto lo está leyendo algún jovencito, le parezca que nos estamos refiriendo a misterios de la edad media!), también había que poner los sellos y, lo más importante, todos y cada uno firmaban de puño y letra cada misiva. Desde la adquisición de las postales hasta que, ya cerrado el sobre, se depositaban en los buzones de correos, todo respondía a un plan coordinado con la finalidad de llevar una sonrisa a otra casa, donde en mensaje principal era: ‘Nos acordamos de ti y te deseamos lo mejor’.

Esta tradición nos servirá para recordar su origen: un plan elaborado en la eternidad pasada, luego todos y cada uno de los pasos para llevarlo a cabo, y finalmente el mensaje trascendente que nos llega alto y claro si es que lo queremos escuchar: ‘Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su único Hijo para que todo aquel que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna’.

No hay una postal más hermosa que saber que el niño de Belén llevó hasta el final el plan de nuestra salvación, llegando a la cruz. Porque la historia no concluyó allí, sino que Jesús resucitó vencedor: sobre la muerte, sobre el pecado y sobre toda la desdicha y tragedia humanas.

¡Ah, mira! Aquí en el buzón he encontrado la postal de este año. Abro el sobre y leo. Dice: ‘Yo estoy contigo todos los días, hasta el final. ¡Que ya sabes que te amo!’.

Apreciada lectora, apreciado lector, que quizá has ‘caído’ en este blog por casualidad, sepas que esta pequeña reflexión es mi felicitación de Navidad para ti. ¡Que Dios te bendiga!

Fotos de Héctor J. Rivas

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¡Sí! Algunos son la versión en azul celeste de los de Madrid, que vestían de blanco. Llevan cofia, redecilla para recoger la cola y un lazo de color discreto como adorno. Nos sonríen y nos hablan a través del traductor del móvil, pendientes de cualquier detalle de la salud de Sara.

 

Y han llegado otros, cubriendo largas distancias (parece que aquí todo queda lejos), ¡sin hacer uso de las alas!, cargados de cariño y de fruta, de sopas y ternura, de leche, de carne de primera y amor, de pan, jamón, queso y fuet (¡buáaaaa!).

 

Son nuestra familia maravillosa en todo el mundo, caídos aquí desde Perú, desde Costa Rica, de Rusia, de Hong Kong, Cuba, Estados Unidos, Venezuela, Taiwan, que se acercan porque alguien desde España ha hecho correr la voz de que hay que orar y que hay que ayudar, y nuestra necesidad les ha llegado al corazón. Y son ángeles dispuestos a mostrar el amor de nuestro común Dios de manera entregada.

 

Ellos son el idioma conocido que hace hogar, el oído atento que es amigo, la oración intercesora que cubre con la protección del Padre.

 

Claro, sí, ya lo he dicho: es que son ángeles…

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Llegas de Francia con tus chicos y estás contenta por los momentos de familia, por el buen tiempo, por lo singular de lo que has visto, por la comida buena.

“Mama, que mires el móvil”. Alarma. Y llamas a tu otro hijo.

“Que me dicen que si esta chica tiene familia, que venga rápido. Que no pinta bien”. El suelo desaparece de debajo de tus pies.

Dolor intenso, intenso. Y pánico.

El viaje en tren lo haces llorando. Y orando. Estás desolada.

Y entras en la habitación, y solo quieres ver a tu hija, que te sonríe entre las sábanas, tan pálida, tan débil, tan pequeña. Y la besas y te alegras de tenerla entre tus brazos.

Y se instala un pacto de amor y de paz. Estamos juntas, estaremos todos juntos. Y podremos sonreír, y hablaremos. Y especularemos sobre lo que no sabemos, tan incierto y terrible, pero suavemente.

Porque sabes que nada está en tus manos, apenas nada. Y cubrirás a tu hija con la colcha, por si tiene frío, que no tiene. Por proteger. Y cortarás su comida a pedacitos pequeños, y la fruta, y comprarás galletas o lo que te pida, para que solo consiga ingerir dos cucharadas de caldo y un gajo de mandarina. Y ésa será la buena noticia del día: lo que ha conseguido comer.

No hay diagnóstico, pero ves la preocupación en el personal médico. Y todo lo que te dicen es malo o muy malo, así que prefieres quedarte con lo primero, e instalar ahí tu esperanza.

Los días pasan, ni lentos ni rápidos. Estamos en otra dimensión, desconectados de la vida de antes, aislados en una burbuja donde lo que importa es extraño y absurdo.

Pero hay cariño y buen humor incluso, y confianza en que el camino que haya que recorrer será en compañía. Y la valentía de tu hija es tu consuelo.

Y tú hablas con tu Dios, el que sabes que te ama. Y no le preguntas por qué ni por qué a ti, porque piensas que no puedes aportar ninguna razón que te exima de sufrir. Tú sabes que hay un plan y que se libra una batalla, aunque no alcanzas a dimensionar en cuantos campos.

Y sabes también que tu Señor no es un Dios poderoso, sino el Todopoderoso. Sea cuál sea el diagnóstico, Él podrá sanar absolutamente. Pero no conoces cuál es su idea en el caso de tu hija. Así que le pides fuerzas, fuerzas para ti y para todos, para cada día, para cada momento, cada vez que la pinchan -¡mil veces al día!-, que la llevan y la traen para tantas pruebas… en silla de ruedas porque no se tiene en pie…

A ti se te ha instalado una tristeza profunda, profundísima. Pero no te agarrota a pesar de la impotencia. ¡Te cambiarías un millón de veces por tu niña!

Y puedes ver a los ángeles. En el abrazo apretado, al bajar del tren; en la casa abierta, para todos los días que necesites; en la delicadeza de las enfermeras; en los que respetan tu dolor y no te agobian; en los que vienen a la UCI solo para aguantar tu abrigo y el bolso en la sala de espera.

Y crees intuir que todo estaba previsto, porque el único médico que conoces en Madrid trabaja en este hospital y es amigo, porque hace un par de meses que hay una quimio nueva de dos horas en lugar de seis, porque los aparatos de radioterapia están recién estrenados para tu niña. Y suma y sigue.

Y cuando ella vuelve del país de los sueños, a donde ha marchado sin avisar y sin que estuviera previsto, y tú todavía entiendes menos lo que está ocurriendo, te das cuenta de que, aun en medio de la bruma, le han vuelto las fuerzas y, por fin, las ganas de comer.

Y comienza la caída del cabello y agradeces que tu otra niña está allí, y ayuda a su hermana a dejarla preciosa. Y llegan los cursos de pañuelos. Y de maquillajes. Y tu corazón se encoge y se encoge.

Y debes acostumbrarte a contener las lágrimas cuando la miras sin el pañuelo y tampoco le ves las cejas ni pestañas. Pero como ella te sonríe…

Y al final… al final te das cuenta de que, en medio de la terrible tormenta, el Maestro no dormía en la barca sino que ha estado todo el tiempo allí, erguido, majestuoso, increpando al viento y diciéndole: “¡No soples tan fuerte, hoy no!”, y a las olas: “¡Eh, eh! ¡Sólo hasta aquí, nada de anegar la barca!”.

Y sí, Ebenezer[i], pues hasta aquí te ha ayudado, os ha ayudado, el Señor.

 

 

[i] “Roca de ayuda”

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Dios nos ama y quiere acompañarnos en la batalla de la vida*

devocional-5-enero-2016

“Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas.” 1º Crónicas 29:11.

El rey David amaba a Dios y quería edificarle un templo, una morada visible en la tierra, en medio de su pueblo. Pero el Señor le dijo que él no era la persona indicada, puesto que era hombre de guerra y había derramado mucha sangre.

David, sin embargo, conocía quién era su Dios, y con el corazón lleno de humildad, gratitud y alegría, y deseoso de hacer un sacrificio de adoración, preparó de todos modos los materiales necesarios, y animó al pueblo a hacer lo mismo. Así juntó oro, plata, materiales de calidad, todo lo que requeriría la construcción de un templo digno del Señor de los cielos y la tierra.

Las palabras de David en el texto que nos ocupa son una declaración impresionante acerca de Dios… pero vemos que se le quedan cortas. Por eso, en su oración, emplea los conceptos más gloriosos y magníficos que encuentra para describir con el máximo honor a su Señor.

¿Cómo podía conocer David a un Dios que, en principio, es invisible? ¿Cómo podía saber de sus atributos infinitos? Por las huellas que de Él descubría en la naturaleza, por su intervención en la historia humana, por su experiencia íntima y personal, y por lo que ese Dios había revelado sobre sí mismo y había tenido interés en que quedara escrito.

Por supuesto que un templo hecho por manos humanas jamás podría emular la morada eterna del Dios vivo y verdadero: todo el esplendor y majestuosidad del edificio apenas serían un pálido reflejo de la realidad original. Pero el deseo de David era honrar de una manera digna a su Señor. Y ésa es la actitud: David ofrendó de lo que tenía con generosidad, y el pueblo también, voluntariamente y con alegría.

Cuando somos conscientes de quién es ese Dios de cielos y tierra, a quien pertenece toda la gloria y todo lo creado, nuestro acercamiento tiene que ser con humildad y gratitud, pues no somos dignos de Él y, sin embargo, no sólo se interesa por nosotros, sino que nos ama. ¡Y esto es asombroso! ¿Por qué debería amarnos un Dios así? A veces damos por sentadas demasiadas cosas…Estamos estrenando un año, y lo que tenemos garantizado es la batalla diaria de la vida. Este Dios que nos ama nos quiere cerca y nos espera con los brazos abiertos. Y quiere acompañarnos en nuestro caminar. Y la victoria es suya.

 

Tema de oración: Acerquémonos a Dios con corazón humilde y alegre, entreguemos nuestra vida en sus manos, y roguemos que nos conceda la victoria en nuestra vida.

 

*Publicado el 5 de enero de 2016 en: http://blog.mitiendaevangelica.com/dios-nos-ama-y-quiere-acompanarnos-en-la-batalla-de-la-vida/

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