Vacaciones, ¡genial! No tienes que madrugar, no debes preocuparte por los afanes laborales…
Pero tienes a un pariente cercano en el hospital.
Bueno, pues anulamos la reserva del apartamento y ya iremos más adelante.
Que no, que no se puede, que era una oferta y perderíamos el dinero; id los que podáis…
El coche ha sufrido una lluvia de resina y bolitas algodonosas, parece de camuflaje. Mejor lo lavamos antes de salir, que si no nos detendrán en la frontera…
Por fin salimos. El gps al final decide que colabora, qué detallazo (eh, que no siempre lo hace, que es muy suyo).
Por supuesto, en la frontera nos paran. Que si dónde van ustedes, que enséñenme la documentación… Claro que también podríamos decir que nos colocamos en el único carril en que hay control policial, pues los otros cinco o seis están sin Police Nationale.
La ruta me la sé de memoria, es el camino a uno de mis lugares favoritos. Pero claro, estaría bien ir un poco atentos y no pasarse las salidas de la autopista. Cuando te das cuenta de que, efectivamente, el desvío ha quedado atrás, el gps se pone bromista y nos indica una ruta alternativa para redireccionarnos a través de pueblecitos pintorescos… con una caravana impresionante. Pero está bien: los paisajes son bonitos, son lugares por los que quizá no pasaremos nunca más… y bueno, nos armamos de paciencia.
Cuando ya localizamos los letreros de la entrada a la autopista que nos ha de llevar a nuestro destino, ya no hay caravana: estamos completamente parados. Pero como no hay prisa… Se ve que un incendio un poco más adelante cruzaba la carretera y, hasta que los bomberos no se aseguran de que está completamente apagado, no dejan circular ningún vehículo.
Llegamos a la entrada de la ciudad, el gps nos llevará a la dirección exacta y ya estaremos. Pero, por supuesto, decide apagarse. Sí, apagarse. Y no se enciende. Y nadie en la ville nos sabe decir dónde está el bulevard que buscamos…
Estos pequeños tropiezos iniciales no empañan nuestros días de asueto: el lugar es casi idílico y nuestro espíritu está con buena disposición para la fiesta.
El domingo por la mañana el coche hace un ruido sospechoso, pero nos lleva y nos trae sin problemas a un bar que es especial para nuestra familia, donde disfrutamos de un rato hermoso de conversación.
Pero por la noche se nos hace evidente que el embrayage está a punto de romperse… aunque el motor suena bien (nos lo decimos para consolarnos, para creernos que la avería no debe ser tan grave al fin y al cabo).
¡Benditas compañías de seguros! Llamas, te escuchan, te atienden con profesionalidad, y te preguntan que qué día quieres que te repatrien y a qué taller quieres que lleven el coche. Y todos tan contentos porque, además, lo que leíamos en la póliza tenía que ver con accidentes de tráfico, y nosotros de eso nada, simplemente una avería.
Y la gran suerte de que estamos alojados en la civilización y no en polígonos industriales, como en alguna otra ocasión, y a un paso del Canal du Midi, y de la Cité, y de sitios curiosos y dignos de ver.
Se olvidan de venirnos a recoger el día de la repatriación, pero la compañía se excusa encarecidamente y subsana la incidencia con celeridad. Y durante la espera tenemos ocasión de ver a un vecino que da de comer a los castores y los patos del río, y a las palomas. Que somos de ciudad y nos llama la atención.
Y por fin en casa. Todos querían regresar ya.
Llaman del taller y nos dicen a cuánto asciende la reparación. Nos consolamos con lo de que no ha sido un accidente, sino sólo una avería, y que podría haber sido aún más gasto.
Yo hubiera preferido quedarme unos días más y callejear, observar, aprender algo del idioma enrevesado que se gastan por allí, y escribir y respirar esa otra atmósfera.
Con unos pocos días más me hubiera bastado…
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