Algunas personas disponemos de un balcón muy bien aprovechado: es trastero, y allí está el armario de herramientas y utensilios varios, útiles en raras ocasiones, pero que descansan en ese lugar con aspecto de practicidad y conveniencia para un posible futuro teórico; también lo usamos para tender la ropa, con la buena fortuna de que está orientado al sudeste y bien ventilado, pues da a una calle amplísima; y, además, es jardín.
Allí, en nuestro apañado balcón, juega nuestro perro (que también tenemos; bueno, para ser más exactos, no juega: mira pasar los coches, los autobuses, sus otros congéneres que en esos momentos no están prisioneros), y presumimos de cuatro tiestos en los que las plantas han decidido sobrevivir.
Hace seis días, seis exactamente, el jazmín echó una preciosa flor blanca. Hace tres, ya eran una veintena. Y ahora, que han comenzado a estallar como fuegos artificiales, el balcón huele a ese perfume penetrante que sólo recuerdo de mis vacaciones de pequeña en Valencia o en Andalucía, o en algún frasco de El Corte Inglés, sección perfumería, muy conseguido.
Esta mañana, antes de ir a trabajar, he salido a por una pieza de ropa al balcón. Con esto del cambio de hora de este fin de semana, apenas clareaba. Pero con el olor a jazmín, el frescor de la temperatura y una cita para comer con un querido amigo, el día prometía.
Sin embargo todo se ha estropeado cuando este amigo me ha contado someramente de su hermano y su mujer. Éste parece que es un hombre violento, que ha torturado psicológicamente a su compañera todo el tiempo que han convivido. Se han separado en alguna ocasión, luego se han reconciliado como en las películas, con lágrimas y buenos propósitos, y romanticismo… para volver a caer en lo mismo. Pero ya ha llegado el primer golpe físico. Ella le ha denunciado, él le ha pedido perdón, ella ha retirado la denuncia… ¡”y van a volver a intentarlo”!
¡Esto es de manual! Él volverá a golpearla. Ahora ya ha comenzado. Y la va a hacer vivir en el infierno y la matará, antes o después, en vida, o del todo. Es un maltratador, y la historia siempre, siempre, funciona así.
Hay niños, además, en medio de estas tristes existencias.
Es horroroso. No es que un día que empezaba bien se estropeó hacia la mitad. Es que hay una mujer cuya vida peligra, y unos niños que, de una manera u otra, también.
Hasta hoy, las espectaculares reconciliaciones parece que hacían sonreír, incluso reír, a los familiares cercanos. Desde el momento de la primera agresión física ya no hay lugar para la risa. Sí para la prevención y la protección. Frente a una muerta ya no hay remedio.