Aunque hoy lunes era el día oficial, el viernes estallaba ya en la ciudad la primavera, y un sol cálido y amigo bañaba las calles y los árboles, los rostros y nuestro espíritu. Eso en casa.
Porque al mirar hacia otros lugares, el corazón se nos sigue encogiendo. No sólo son las recientes veintiuna mil víctimas del terremoto y el posterior tsunami en Japón, así, en primera instancia, sin contar los otros cientos de miles de afectados. Es la alarma radiactiva, tan grave, que ya están el mar y los peces contaminados también, entrando en otra línea de la cadena alimentaria. Y nos cuestionamos al respecto de la obtención de energía para nuestro actual sistema de vida, y quisiéramos hacerlo con seriedad.
También miramos al sur, a lo que ocurre en los países árabes. Las revueltas, los muertos. Gadafi. Y pensaba cómo el pueblo libio debe querer sacudirse de encima al sanguinario dictador, que le masacra. Y cómo también, a estas alturas, tiene la esperanza puesta casi únicamente en el exterior. Y ésta se ha concretado… quizá. Yo recordaba lo que sabemos del ejército republicano español, en nuestra triste guerra, esperando también ayuda de los países libres. Y salvo los románticos de las Brigadas Internacionales, pocos más acudieron a detener al que se erigió en dictador en España.
Me sorprendo deseando una intervención militar en favor de los rebeldes libios, cuando estuve tan en contra de la intervención en Iraq. Si los gobiernos se inmiscuyen, me digo, es por los intereses económicos que hay en juego. O los electorales. O por cualquier otro rédito positivo que creen poder obtener, lo sé. Pero me abruma pensar en las personas sufriendo a manos de quien tiene la responsabilidad de llevarles a buen puerto.
Y me desespero. Porque frente al dolor de tantas mujeres, de tantos niños, de tantos hombres, no me siento con suficientes elementos para juzgar sin temor a equivocarme. Lo que sí tengo claro es que a Gadafi, y a todos los que son como él, alguien debe pararles los pies. De una vez por todas.
A uno el corazón se le encoge con los hechos que ocueren en Japón y en Libia. Yo tampoco podría juzgar sin temor a equivocarme, pero los beneficios que puede tener la energía nuclear se empequeñecen ante los problemas y tragedias que puede acarrear… y también digo que lo que se necesita es fuerza, contundencia y perseverancia ante un dictador, sí, alguien que le pare los pies. Un saludo.
Yo también me sorprendo deseando la intervención de los países libres para que terminen con el horror del pueblo, y quiero pensar que este caso no tiene nada que ver con el de Irap…