Mensajes sin palabras
Considerábamos la semana pasada la importancia de la educación de nuestros niños y el principio incuestionable de que, en primer lugar, ésta corresponde a los padres. También traíamos a nuestra memoria lo que, como creyentes en el Dios de la Biblia, suplicamos para nuestros pequeños desde que nacen: ´que sean hijos tuyos, Señor´. Finalmente nos cuestionábamos si los recursos que estamos facilitándoles como familia van en la línea de acercarles al Salvador o no.
Durante muchos años observé desde muy cerca el desarrollo de los niños en la iglesia, como educadora primero, con interés de madre después. Viví la pérdida de generaciones casi enteras de jóvenes que desaparecieron de entre nosotros y constaté que este fenómeno se repetía en otros lugares. Y por más de veinte años me preguntaba: ¿Por qué? ¿Por qué nos ocurre esto? Hasta que un día redescubrí este pasaje de las Escrituras:
´Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.´ (Deuteronomio 6:4-9)
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