Posted in reflexiones on febrer 13, 2011|
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Las calles, anchas y desiertas a esta hora, reflejan dudosamente la luz de las farolas. Las distintas tonalidades de anaranjados y blancos pretenden vencer la negrura de la noche, mientras las sombras
se agazapan en los recovecos de las fachadas, en los portales, detrás de los árboles del parque, debajo de los arbustos, las papeleras, los coches.
Los semáforos, como estúpidos, siguen regulando un tránsito inexistente. Unos pasos, cortos y secos, apresurados, percuten en el suelo, hasta que el golpe de una puerta los ahoga.
Sabe a ciencia cierta que no se oye nada más. Y, sin embargo, un sonido estremecedor alcanza su alma. ¿Qué es? -se pregunta, mientras su corazón, sobrecogido de terror, no sabe dónde protegerse. Aguza el oído: un coche, a lo lejos, parece perseguir la nada a toda velocidad; un camión, quizá el de la basura… sí, engulle las miserias; por un momento, una ventana ha dejado escapar con impertinencia una música tristísima. Es la noche, sólo es eso… -se dice, sin convencerse. Es esta insufrible noche, que penetra por la piel, que se cuela por los oídos y la nariz, y que, queriéndose apoderar de la mente, ensombrece los ojos. No es nada más que la noche.
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