¡Sí! Algunos son la versión en azul celeste de los de Madrid, que vestían de blanco. Llevan cofia, redecilla para recoger la cola y un lazo de color discreto como adorno. Nos sonríen y nos hablan a través del traductor del móvil, pendientes de cualquier detalle de la salud de Sara.
Y han llegado otros, cubriendo largas distancias (parece que aquí todo queda lejos), ¡sin hacer uso de las alas!, cargados de cariño y de fruta, de sopas y ternura, de leche, de carne de primera y amor, de pan, jamón, queso y fuet (¡buáaaaa!).
Son nuestra familia maravillosa en todo el mundo, caídos aquí desde Perú, desde Costa Rica, de Rusia, de Hong Kong, Cuba, Estados Unidos, Venezuela, Taiwan, que se acercan porque alguien desde España ha hecho correr la voz de que hay que orar y que hay que ayudar, y nuestra necesidad les ha llegado al corazón. Y son ángeles dispuestos a mostrar el amor de nuestro común Dios de manera entregada.
Ellos son el idioma conocido que hace hogar, el oído atento que es amigo, la oración intercesora que cubre con la protección del Padre.
Claro, sí, ya lo he dicho: es que son ángeles…