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Posts Tagged ‘iglesia’

Gracias.

 

A los que desde el primer momento, por empatía o por cariño, os sumasteis a nuestro dolor y nos habéis acompañado hasta hoy.

Que enviabais discretamente a alguien a preguntar cuando sabíais que había visita médica, que os alegrabais con las buenas noticias y os entristecíais con las malas. Que procurabais tener palabras de aliento aun en los momentos más complicados.

 

Gracias.

 

A los que en cuanto supisteis de la enfermedad de Sara os pusisteis a orar, pidiendo consuelo, fuerzas y sanidad.

A los que sin conocer a Sara ni a la familia adoptasteis nuestra pena e intercedisteis personalmente o como grupos delante del Señor.

A los que, cuando lo que hizo falta fue dinero, ahí estuvisteis derrochando generosidad: a los que conocemos y a tantos anónimos que contribuyeron a acercar el milagro médico.

 

Gracias.

 

A los que, prudentemente, nos hacíais saber que estáis ahí… y que seguiréis estando ahí ahora también.

A los que nos habéis dicho que nos queréis y lo habéis demostrado hasta el último momento.

A los que habéis tenido sinceras palabras de acompañamiento por la partida de Sara, aun sabiendo que siempre quedan cortas, que no pueden expresar la tristeza ni abarcar el sufrimiento. Pero nos las habéis hecho llegar por cariño, para consolarnos, por el arropo que sabéis que suponen al corazón.

Gracias por cada abrazo regalado, que ha sido recibido como bálsamo y medicina tangible.

 

Gracias.

 

A los que sin medida ni momento nos habéis abrumado con todo lo que habéis sabido: wasaps, llamadas, correos, mensajes en facebook

Gracias por cada flor, por cada foto, por cada comentario que perfilaba a nuestra Sara, por tanto amor hacia ella.

Gracias a la iglesia del Señor Jesucristo, la de casa, la de tantos lugares, a nuestra preciosa familia en China.

 

Xièxiè.

 

Gracias porque a través de tantos de vosotros hemos recibido el consuelo de que la vida de Sara, tan breve a nuestros ojos, no ha sido en vano, pues deja huella en muchos corazones en todo el mundo por haber reflejado claramente el amor de su Señor y Salvador Jesús, y seguirá brillando.

Gracias a los amigos cercanos que regalaron todo por amor a Sara y David, para que la ceremonia de despedida fuera como a Sara le hubiera gustado.

Gracias a los que nos acompañasteis ese día por cariño a alguno de la familia, que os acercasteis o que vinisteis desde la otra punta del país o del planeta.

 

A todos y cada uno, mil millones de gracias. Siempre.

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En ocasiones, la educación de los hijos en las familias cristianas se convierte en una tarea especialmente ardua. Muchas veces se suman a la inseguridad o impericia paterna, el entorno de los hijos según el medio en que se mueven o desean hacerlo, y la terrible franja de edad que conocemos como adolescencia,  y que dura una infinidad de años.

En esos momentos, los padres sinceros y honestos se dan cuenta de que necesitan ayuda. Cuando los hijos se desvían por caminos que no auguran nada bueno, cuando se niegan a seguir asistiendo a la iglesia, cuando se resisten a las indicaciones sabias que aporta la familia y que demandan un cambio de actitud o comportamiento, los padres y las madres acuden a los pastores de la iglesia, para solicitar auxilio.

Si no fuera porque se ha repetido ya en demasiadas ocasiones lo que a continuación describiré, no me tomaría la molestia de abordar el tema. En todo caso, tomadme estas palabras como reflexión en voz alta, por si pueden ser de utilidad.

Vuelvo a la cuestión. Las familias, sabiendo que si sus hijos no se entregan al Señor están perdidos y condenados eternamente, viendo que se alejan de todo lo que huele a iglesia, observando las nuevas amistades y las dinámicas en las que entran, piensan en posibles soluciones.

Algunas ideas que se les ocurren van en la línea de que la iglesia podría jugar un papel mucho más importante en la vida cotidiana de los adolescentessi se acercara con sabiduría a ellos, si se les dedicaran más horas, si no hubiera dos o tres meses de vacaciones de las actividades en verano, si los horarios de estas actividades cubrieran los horarios clásicos de las tentaciones más frecuentes a su edad…

Al abrir el corazón desesperado a los pastores, la respuesta que muchas veces se ha obtenido es la siguiente:  “La iglesia no es una guardería” .

Perdón, ¿cómo dice?

En la adolescencia, la voz de los padres, incluso la de los padres cristianos, es la que menos escuchan los hijos. Buscan a sus iguales, y muchas veces se dejan influenciar y transitan caminos peligrosos, quizá precisamente por la educación que han recibido basada en principios y que les ha marcado límites. Que la voz externa a la familia que se necesita en esos momentos sea una voz cristiana, desde la iglesia, ¿no os parece una magnífica idea?

Es verdad que el esfuerzo que requiere la atención de esta edad tan difícil y complicada podría decirse que es casi sobrehumano. Pero yo añadiría: sin embargo es necesario, imprescindible.

Es más, si pensamos la iglesia con visión de continuidad del testimonio del pueblo de Dios y de futuro, cae por su propio peso que de quienes nos hemos de ocupar en primer lugar es de los niños y de los jóvenes.

Y aún hay otra razón que imprime urgencia: ellos no miden el tiempo igual que los adultos. Voy a poner un ejemplo: si en una iglesia los grupos o células de hogar tardan seis meses en ponerse en marcha, es posible que no ocurra nada irreparable. Seis meses para un joven, por el contrario, ¡es toda una vida! Lo mismo ocurre con tres meses o con uno solo… Y si las ovejas se nos han desperdigado, lo que hayan recibido en ese tiempo de alimento y cuidado, como son más tiernas y maleables, puede dejar en ellas una huella o una herida, incluso cicatrices, difíciles de obviar.

Soy consciente de que quizá estoy hablando de una manera un tanto radical, casi en blanco y negro, y según unos datos sesgados. Pero es que en mi Biblia no encuentro la cita que dice “la iglesia no es una guardería” , sino más bien encuentro citas que dicen todo lo contrario.

¿Recordáis la oración de Jesús en el evangelio de Juan capítulo 17? Dirigiéndose al Padre y refiriéndose a sus discípulos, dice: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste yo los guardé, y ninguno se perdió…”  (v.12). A nosotros se nos han perdido demasiados jóvenes, y aún siguen perdiéndose… y ninguno de ellos ostenta el título de ‘hijo de perdición’.

El mismo Señor se preocupaba activamente de  guardar  y de  cuidar  amorosamente a los suyos, a sus ovejas, porque Él era el buen pastor, el que da su vida por las ovejas. Los otros pastores, los que deben seguir su ejemplo como Príncipe de pastores que les es, jamás pueden decir que la iglesia no es una guardería. La iglesia está encargada, junto con la familia, de dar cobertura y protección espiritual, muy especialmente en los momentos en que el Enemigo zarandea a nuestros pequeños, les confunde y les tienta. Y toda esta tarea espiritual, aparte de oración intercesora, incluye la toma de conciencia, el clamar por sabiduría y ponerse manos a la obra sin dilación.

Aquellas otras palabras de Jesús referentes a piedras de molino atadas al cuello y arrojarse al mar son también pertinentes(Mc 9:42). Porque hay pequeños que han dado testimonio de creer en el Señor y se les hace tropezar, y esto es imperdonable, según esta advertencia.

Voy a añadir aquí una consideración más respecto a lo de devolver la pelota al campo de la familia cuando vemos que los chavales son más complicados de lo que nos gustaría: ¿qué pastor digno de llamarse así dejaría, impasible y sin pestañear, que se perdiera un adolescente sólo porque no tiene una familia creyente que le atienda?

¿Quiénes deben ocuparse, pues, de los más pequeños? Todos, con delicadeza y conocimiento de lo que se hace. Los pastores buscando quiénes, de los más apasionados por Jesús, de los más fieles, pueden encargarse de la parte importante de la tarea, e instándoles a que se preparen para hacerlo de la mejor manera posible.

Pongamos que en nuestra iglesia no encontramos los recursos para atender a los nuestros: ¡el pueblo del Señor es grande y rico, y bastará con buscar entre nuestros hermanos cercanos quién lleva a cabo ya este trabajo! Porque, recordemos: no podemos permitirnos perder tiempo con ellos.

Además de las familias, hay muchos que saben que la iglesia sí debe ser una guardería, para todos (además de muchas otras cosas). Y sin títulos ni cargos oficiales, o con ellos, se ocupan de nuestros pequeños, de nuestros hijos despistados, en la iglesia y fuera de la iglesia, en su casa y andando por el camino, y en ocasiones mucho más allá de sus fuerzas. ¡A todos ellos un millón de gracias, de todo corazón![i]

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   [i]  Párrafo dedicado con mucho cariño y gratitud a Karmele, de Durango, y a todos los que, como ella, nos echan una mano –o dos- de manera desinteresada y perseverante, en el País Vasco y aquí, más cerca, en Barcelona.


Publicado en ©Protestante Digital 2013

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