Mi marido me indica que mejor comienzo este comentario diciendo: “Tengo una amiga cuyo marido…”
Tengo una amiga cuyo marido no se da cuenta de cuándo ella ha ido a la peluquería. Mi amiga se alarma y piensa: “¿Cómo es posible? ¡Si vengo con el pelo de un colorao llameante, me han cortado un palmo de melena y, sin mi consentimiento, la peluquera -que siempre cree que sabe más, que incluso pretende conocer mis más íntimos gustos no verbalizados- me ha dejado la parte superior de la cabeza como el sombrero de una seta, absolutamente globoso!”.
Por otra parte, el marido de mi amiga tiene a estas alturas una mata de pelo más bien escasa, que lleva generalmente muy corta. Cuando sale de casa, se mira en el espejo del ascensor y, en ocasiones, exclama: “¡Caramba! ¡Cómo llevo el pelo!”. Ella le mira y piensa: “¿Qué pelo?”. Pero dice: “¿A qué te refieres?”. Y él que contesta, todo serio: “Aquí, ¿no ves? ¡Todo esto tieso pa’un lado!”.
Mi amiga lo mira y calla. “Tres pelos -¡tres, literalmente!- fuera de lugar… ¡y se da cuenta!”.
Siempre le asombra esa extraña capacidad de observación de su marido, tan selectiva, tan aleatoria, tan… prefiere no nombrar los descorazonadores adjetivos que le vienen a la mente.
Sin embargo, ella sabe que, cada vez que llega a casa después de haber pasado por la peluquería, su hijo pequeño le dirá: “¡Mama, qué guapa estás!”. Y eso la hace sonreír. Y también que al día siguiente, en la oficina, alguna de las compañeras le comentará que hoy se la ve estupenda, que le queda bien el nuevo peinado; y el guardia de seguridad apuntará que no ha traído las gafas de sol, para no quedar deslumbrado con tanta belleza…
¡Qué cosas curiosas tiene la vida!… –piensa mi amiga.
Deixa un comentari