En los momentos de dolor, cuando el miedo al sufrimiento nos atenaza y el futuro pinta oscuro, sabemos que solo hay uno que puede sernos consuelo, paz y refugio, y es nuestro tierno Señor y Salvador. Pero es que además, Él es tan bueno y misericordioso con nosotros, que nos regala una familia, una extensísima familia en la fe repartida por todo el mundo.
Y es en estos momentos tan difíciles de tristeza profunda y desamparo cuando cobra especial valor la solidaridad de esta familia que apenas conocemos, su cariño, comunión y empatía, de tal manera que nos sentimos acompañados en nuestro caminar solitario por el desierto.
La palabra hermana o hermano cobra una fuerza especialmente alentadora cuando toma este sentido más allá de la familia natural. Porque entonces es por elección, porque alguien decide estar a tu lado en los momentos menos gratos.
Muchas de estas hermanas y hermanos se acercaron, se identificaron con nuestro dolor y permanecen a nuestro lado casi diariamente desde hace cerca de dos años.
Han supuesto esa compañía y arropo necesarios, y el consuelo de saber que nuestra pequeña historia con nuestra tragedia que a nosotros nos parece inmensa importa. Importa porque se nos ama, y se nos tiene presentes de manera continua delante del Padre en intercesión.
Son personas que se reúnen en lugares tranquilos para orar juntas, o que lo hacen en sus momentos de calma íntima con su Dios al empezar o finalizar el día; que en su gran mayoría reciben las noticias de lo que el Señor está obrando o permitiendo en la vida de nuestra hija a través de grupos de WhatsApp o correos electrónicos. Y que en algún momento de la jornada vuelven a acordarse de nuestra pena, y de nuevo se dirigen al Padre celestial, sabiendo que Él nos ama y que lo puede todo.
Se alegran con cada resultado que indica una mejora, por pequeña que esta sea, y lloran con nosotros cuando las cosas no van bien. ¡Hemos visto lágrimas de amor llenando sus ojos en tantas ocasiones!
Otras veces, en una boda, en una conferencia, en el campo estando de excursión, se te acerca alguien, te mira y te pregunta: “¿Eres la madre de Sara?”. Y cuando les contestas que sí te dicen: “Estamos orando por ella desde el principio. Y por todos vosotros”.
Y entonces sentimos gratitud, una gratitud enorme hacia todos ellos, que se han calzado nuestras sandalias y claman a Dios por nuestra hija, por su marido David, por cada circunstancia. ¡Y gratitud al Señor!
A lo largo de nuestra vida cristiana, sabemos que el apoyo y soporte de los hermanos y hermanas es un pilar esencial para sentir un poco el amor de nuestro Señor encarnado en cada u
na de las muestras de cariño y apoyo, cuan parte del cuerpo de Cristo sufre y máxime cuando es de forma tan injusta.
Solo queda mirar hacia arriba y clamar “que si es posible pase esta copa de dolor y angustia”.