Salamanca fue cruzar primero la península: alcanzar la meseta, verde ahora, orgullosa, respirar aires distintos, más secos, inserirnos en el calor de viejas piedras.
Fue ver (¡por fin!) el rostro de amigas, de amigos, tan queridos, añorados durante un año entero. Fue besarles, abrazarles, y reír, desde muy adentro, la alegría de estar tan cerca de nuevo.
Salamanca fue Unamuno y su angustia religiosa, y sus dudas y su genio, su casa, sus papeles, sus poemas, sus fotos y sus aulas.
Salamanca fueron nuestros grandes, los maestros, sus ponencias sabias y eruditas, sus palabras y nuestro respeto, y el sabernos afortunados…
Fue la radio, con sus dudas, y su pena incierta por el futuro y su compañía segura, y sus profesionales recordando, viviendo con pasión, y sufriendo.
Salamanca fue poesía, por sus calles, en sus líneas, sus pintores, sus poetas, los amigos y los premios, toda ella.
Fue también ausencia en la mesa, en la charla, en los paseos, en la mirada.
Salamanca fue breve, hermosa e intensa; fue dulce comunión; y, sobre todo, oración de gratitud al Padre…
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