He tenido la gran fortuna de tener a varias abuelas en la familia, cercanas a las pequeñas y no tan pequeñas vicisitudes de mi existir, durante todos los años de mi vida… hasta este pasado viernes.
La última mujer que ostentaba esta categoría para mí, la de abuela, partió discretamente, de la mano de su hija, a su morada eterna. Sé de cierto que estuvo rodeada de cariño y atenciones tiernas todo el tiempo, y también sé que algunos ángeles vinieron en misión especial para asistirla en su último viaje. ¡Tenía tan poquitas fuerzas a sus 97 años!
Araceli Alonso Alonso nació en Navares de Enmedio, provincia de Segovia, en 1914, y fue la última de tantos hermanos, que me temo que nunca he sabido cuántos ni quiénes eran exactamente: el de Santander o el País Vasco, no puedo asegurarlo; la de Pedraza de la Sierra; la de Soria; los de Barcelona; el abuelo Juan, el padre de familia…
La tía Araceli vivió nuestra guerra civil: el horror de aquellos días, las muertes injustificadas, la asistencia a los damnificados que jamás se repusieron, ni ella misma. Yo la vi llorar, muchos años después, por toda aquella tragedia sobrevenida. También tuvo que afrontar una vida dura, y la pérdida del esposo en un tristísimo accidente. Y la enfermedad, y los problemas, y las decepciones.
Pero la abuela Araceli vivió una vida plena. Y todo comenzó el día que conoció a Dios de manera personal, sí, aunque parezca increíble, y aceptó a Jesús como su salvador y guía.
Nos cuentan su hija, su yerno, sus nietos, y el bisnieto que la llamaba ‘iaieta’, que Araceli fue una mujer íntegra, discreta, amable, que hizo gala de un saber estar exquisito en cada circunstancia. Y nos añaden que cada día, mientras la vista la acompañó, leía su Biblia, para conocer más y más a Aquél a quien ahora ya está viendo cara a cara. Como por las noches el sueño le huía, oraba, en largas conversaciones de gratitud y de intercesión, y adoraba a su Señor, y pedía por los suyos, por las necesidades de su pueblo, por los problemas de sus conocidos. En los últimos años también le falló el oído, y eso impedía que supiera al punto quién entraba en la casa y cuándo. Y su yerno la sorprendió en más de una ocasión cantando alabanzas a su Dios y salvador, en la cocina, mientras fregaba los platos o preparaba la comida…
Una vida entera, larga y entera, de fe, confianza y fidelidad.
Yo recuerdo a la tía Araceli sonriendo, cariñosa, dándome besos, repartiendo dulzura. Esperaba llevarle en mano la invitación para la boda de mi hija, para que se alegrara con nosotros… Quizá creí que siempre estaría aquí, que nunca se marcharía, y que habría tiempo. ¡Qué tonta fui! Y echando cuentas, ahora veo que hace mucho que no la visitaba.
En todo caso, es para mí un honor haberla conocido. Y me honra llevar la sangre de Araceli Alonso, la última de los Alonso Alonso de Navares de Enmedio, que vivió durante muchos años en Mollet del Vallès. Pero mucho más me alegra formar parte de esa otra familia, la que ella eligió y yo también, la que formó Jesús de Nazaret al precio de su propia sangre. Por eso sé que volveré a ver a mi tía Araceli, aunque ahora guarde la pena de su pérdida: porque ella ya está en la casa del Padre, que es adonde yo me dirijo también.
Muchos recuerdos y muchas cosas por decir. Y por encima de todas esas cosas, su sonrisa, su bondad y el recuerdo de cuando cocinaba y yo era un “mequetrefe” y pasaba veranos con ellos… Gracias por todo Tia, nos vemos pronto………
Lo siento mucho, Febe. Siempre es doloroso perder a un ser querido. Pero tienes razón: un día los volveremos a encontrar. Además, creo que siguen en nuestras vidas y nos cuidan. Es sólo que están de otra manera. Hay un texto que me reconforta mucho. La “Reflexión sobre la muerte”, de San Agustín. Aunque seguramente conoces el texto, te lo copio, por si a alguien más le sirve leerlo esta mañana. Un abrazo grandísimo, Febe.
Blanca
REFLEXIÓN SOBRE LA MUERTE
La muerte no es nada.
No he hecho más que pasar al otro lado.
Yo sigo siendo yo. Tú sigues siendo tú.
Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo.
Dame el nombre que siempre me diste.
Háblame como siempre me hablaste.
No emplees un tono distinto.
No adoptes una expresión solemne ni triste.
Sigue riendo de lo que nos hacía reír juntos…
Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo.
Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre lo fue,
Sin énfasis ninguno, sin huella alguna de sombra.
La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado.
¿Por qué habría yo de estar fuera de tus pensamientos?
¿Sólo porque estoy fuera de tu vista?
No estoy lejos, tan sólo a la vuelta del camino…
Lo ves, todo está bien…
Volverás a encontrar mi corazón, volverás a encontrar su
ternura acendrada.
Enjuga tus lágrimas, y no llores si me amas.
San Agustín
Gracias, Blanca.
Gràcies, Febe, per dir, paraula per paraula, el que hagués dit jo, però ben dit!
:O)
Querida Febe nos unimos a tu sensible pérdida, que el Santo Bendito consuele, fortalezca y llene con su paz los corazones.
Un enorme abrazo gracias por compartir las huellas que dejó una gran mujer de Dios en su paso por este mundo.
Edith
Gràcies Febe per les paraules que li dediques a la meva mare. Per mi i la nostra família ha sigut un gran honor poder-la tenir tants anys amb nosaltres i poder-la cuidar fins l’últim moment. Ha sigut tot un exemple per nosaltres i ens ha deixat un gran repte tant en la fe en el seu Senyor com en amor, paciència, humilitat, discreció, etc. Ha deixat un gran buit però sé que ella està gaudint a la presència del seu Senyor que tant estimava i això em consola enormement, esperant el dia que em pugui retrobar amb ella i tots els creients que he estimat per tota l’eternitat. Esther