Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo se dio a
leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo
punto el ejercicio de cualquiera otra actividad. Y llegó a tanto su curiosidad
y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para
comprar libros de caballerías en que leer, y así llevó a su casa todos cuantos
pudo haber dellos.
Con la prosa destos libros, sus requiebros entricados, las cartas de
desafíos, con estas razones todas, perdía el caballero el juicio, y desvelábase
por entendellas y desentrañalles el sentido. Y tanto leyó nuestro hidalgo, que
llenósele el celebro de encantamientos, pendencias, batallas, desafíos, amores
y tormentas; y asentósele de tal modo en la testa la verdad de todo aquello,
que para él no había otra historia más cierta en el mundo.
Y en efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento
que jamás dio loco nunca, y fue que le pareció convenible y necesario para el
servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo
con sus armas y caballo, a ejercitarse en todo aquello que había leído que los
caballeros andantes se ejercitaban, es decir, desfaciendo todo género de
agravios, aunque hubiera que ponerse en ocasiones en muy graves peligros.
Limpió, pues, sus armas; púsole el nombre de Rocinante a su rocín; buscóse
una dama fermosa de quien enamorarse: Dulcinea del Toboso; cambióse su nombre
de Alonso Quijano por el de Don Quijote de La Mancha; y buscóse un hombre que
le hiciese de escudero, hallándolo en un labrador llamado Sancho Panza.
Y en saliendo a la aventura nuestro buen caballero andante, y en todo lugar
que fue, se le conoció por su generosidad desinteresada, valentía temeraria,
justicia sabia, poco apego a las cosas terrenales y su mucho celo por su señora
amada. Y en esto hay que decir, que en muchos trances necesitó quien le
socorriese, pues su locura convertíale en motivo de burla para muchos, que no
veían en él sino a alguien a quien ultrajar y despojar sin grande consecuencia.
De manera que vióse Don Quijote en más de una ocasión malherido, despreciado y
pobre, y todo por seguir con testarudez ser esto y no otra cosa que caballero
andante.
Y en diciendo todo esto, permítanme vuesas mercedes referirles lo que se me
viene a esta mi testa. Que en siendo nosotros llamados a ser caballeros
andantes cual Quijotes de la Luz, andamos muchas veces entretenidos en nuestra
hacienda, no levantando nuestros ojos para mirar más allá della ni más arriba.
Y sin leer ni estar bien informados de cuáles son las mejores maneras de obrar
para ser dignos caballeros andantes, algo que aquí conviene es darnos al
trabajo de entender nuestro Libro de Caballería, para mejor ejercitar nuestro
oficio en toda ocasión. Ansimismo no tenemos limpias de orín ni preparadas
aquellas armas antiguas que ayudan a facer y ganar las buenas batallas.
Y tan poco lleno está nuestro celebro de las historias de caballerías, y es
tan corto nuestro convencimiento de que ellas son ciertas y no otras, que nunca
parecemos locos a los ojos de los moradores de La Mancha , las Mesetas ni
cualquiera otra tierra; ya que no estando resueltos firmemente a ser caballeros
andantes, estamos más a cuento para otras muchas sandeces que no llevan a buen
fin.
Sin determinación ni preparación para ser dignos caballeros, nos parecen
molinos los gigantes verdaderos , que con sus brazos derriban lo que otros
se afanan en construir; y nos parecen tristes ventas del camino lo que son
castillos de nuestra república , levantados como refrigerio en nuestro
peregrinar. Y en dándonos gato por liebre, en más de una ocasión nuestros
pesares y males no son consecuencia de nuestro arte de caballería sino de todos
nuestros particulares negocios que, en distraernos del buen facer, nos
producen graves pérdidas.
Y pocos hay, entre nosotros, que estén dispuestos a padecer las penalidades
del buen caballero todos los días de su vida hasta el final, olvidando que
el premio de ver a la dulce amada suplirá con creces todo sufrimiento habido. Y
cuando della oigamos: ‘Me alegro de veros, mi buen caballero. Vuestra fama y
vuestro honor os precedieron. Pasad, descansad de todos vuestros pesares.
Vuestro trabajo terminó’, sabremos que no fue en vano ni un gesto, ni un
detalle, de la fidelidad de nuestro amor.
Es bien que se oiga esta historia, y della provecho se obtenga de pensalla y de
entendella. Que muchos caballeros andantes hubo, y ansimismo dellos lección
podemos tener.
Y sea el fin de vuesas mercedes estar prestos a ser de la guisa del buen
caballero andante, que desface entuertos, pone paz, siembra vida y reparte
amor, cual Quijote de la Luz.
Autores:Febe Jordà
©Protestante Digital 2011
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