¡Cuántos estudios sobre el patriarca Job y su sufrimiento! ¡Cuánta hermenéutica aplicada para descifrar y comprender el sentido del libro bíblico que lleva su nombre! El problema del dolor humano. La teología del sufrimiento.
La esfera espiritual, donde se producen acontecimientos que no vemos, pero que afectan a nuestras vidas terrenas. Los amigos de Job, tan sabios y tan poco lúcidos sobre cuál era posiblemente la necesidad real en ese momento. Y la mujer de Job.
La mujer de Job. Ese personaje necio de la historia, como remate final a todas las desdichas que padecía el pobre hombre.
Hasta donde a mí me alcanza, la señora de Job había perdido también toda su hacienda, su marido había enfermado de una dolencia incurable y había perdido a sus hijos.
Y el punto, para mí, muy probablemente es éste: todas sus hijas e hijos habían muerto de una manera trágica, y ella tenía el corazón sangrando. Porque que los hijos mueran antes que su madre es, de todas todas, antinatural.
Es posible que no todos los hijos de Job los hubiera dado a luz ella -si consideramos las costumbres de la época- pero, sea como sea, a ella se le habían muerto todos. Los había llevado en su vientre y habían sido su alegría, su preocupación, su vida. Y ahora ya no los podía besar ni abrazar, no podía conversar con ellos, ni sonreírles, ni aconsejarles. Nada. ¡¡Nada!! Nada… El vacío en su corazón era tan inmenso que el dolor tenía un espacio casi infinito para ocupar.
¿No se aprecia, en las palabras de la mujer, su propio sufrimiento? (Selah) ¿No es de recibo, acaso, que ella se exprese? Job, sí puede. El salmista, sí. Elías, sí, también. Jonás, también.
¿Nadie se da cuenta de que ella necesita un sparring? ¿Nadie? (Selah) Y acude a su marido.
“¿Aún permaneces en tu integridad? Maldice a Dios, y muérete.”
Y lo que yo veo son dos maneras distintas de afrontar la pérdida. “¡¡¿Sigues ahí, tan calmado, tan sereno?!! ¡¿Qué te pasa, esposo mío, que no reaccionas?! ¿Eso es lo que nos hace Dios? Maldícelo, y muere, muere ya…”.
La mujer de Job no maldice a Dios: se encara con su marido, quiere que le hable, que le dé alguna explicación coherente a toda la desgracia que les ha sobrevenido. Necesita el consuelo de los momentos en que las palabras son inútiles. Y el oído amante que sabe escuchar cuando los pensamientos son enemigos entre sí, y descarnados y violentos. (Selah)
Y la respuesta de Job es enfocando la cuestión: “Hablas sin sentido, como si no conocieras. De Dios recibimos las bendiciones, pero también las pruebas”. Y gracias a Dios porque Job pudo responder bien a su mujer, y quizá apuntalarla en ese momento de caída libre por la aflicción extrema.
Yo soy la mujer de Job, cansada de esa mirada heteropatriarcal soberbia e indiferente. ¡Tanto que leen entre líneas los estudiosos de la Palabra, y aún no he oído en mis círculos esta mirada de empatía con la mujer de Job! Que habrá quien la ha compartido, pero no me ha llegado. Y el colmo fue oír este mismo comentario expeditivo y displicente de parte de una maestra bíblica, muy erudita ella: la mujer de Job, una necia. (Selah)
“La mujer que llora”, Picasso. Museo Reina Sofía
La mujer de Job, una madre rota. La mujer de Job, una esposa sufriente por la terrible enfermedad de su marido. La mujer de Job… una mujer, un ser humano.
Voy a seguir con mis selahs… que son para mí, sí, para pararme y respirar hondo contando hasta diez…