Al llegar estas alturas del mes de junio, cuando el calor mediterráneo comienza a dejarse notar y lo más inteligente sería irse a dar una vuelta por el paseo marítimo, o bajar al parque o a la rambla como mínimo, algunas de las madres, tozudas nosotras, cabezotas y tercas donde las haya, no nos dejamos vencer por la tentación ni por unos boletines de notas desastrosos.
¿Que nuestros hijos no han hecho apenas nada durante el curso? Vamos a conectarles las neuronas y, en dos semanas, vamos a sacar todas esas asignaturas rebeldes. Sí, desde la primera evaluación hasta la última. ¿Que no se puede? ¡Y tanto, que se puede! Algunos ya saben de qué hablo.
Se organizan equipos de ataque y se elabora un plan: el padre se ocupará de ciencias naturales, física, historia, plástica; la madre de matemáticas, sociales y tecnología, lenguas diversas y literaturas; siempre puede pedirse ayuda a otros parientes cercanos o jóvenes estudiantes que tengan la decencia de no dejarte colgado porque ellos también tienen exámenes en la universidad.
Estos días, cuando sales a comprar y te cruzas con una madre, le dices: ‘Qué, cómo lo llevas’. Y ella puede que te conteste: ‘Este año me están costando un poco los problemas de movimiento elástico e inelástico y de diferencia de potenciales; y las integrales, porque el año pasado no acabé de entender muy bien lo de los límites…’
Y tú te acuerdas de la madre de tus hijos… que en definitiva eres tú.
A ellos les oyes entonar de nuevo la canción de principios de cada verano: ‘El año que viene… trabajaré desde que comienza el curso… haré todos los deberes… que no cuesta nada poco a poco… estudiaré para cada examen…’ Te sabes la letra y la música, y también que es pura fantasía.
El día de la entrega de notas tú estás como un flan. Y no eres la única. Y escuchas las valoraciones de un padre: ‘Al final me ha quedado inglés. Nos centramos mucho en las mates y en natus. Y también plástica, pues se ve que nos faltaban dos láminas por entregar’.
Porque, que nadie se engañe, el curso nos lo sacamos nosotros en estos casos. Y somos nosotros, los padres, los que pasamos. Y nuestros hijos están contentos… pero nosotros mucho más, por la pereza que supone volver con los mismos temas hijo tras hijo. Y si encima tenemos que repetir…
P.D. Para los que quedasteis preocupados por Oker y su nueva tendencia destripadora: los especialistas nos han informado (y no es broma) que se debía al estrés que vivía la familia por causa de los exámenes finales. Queda dicho.
OLE por las madres y los padres 🙂
Boníssim!!! M’encanten els teus articles. La meva gossa és Terminator, no para mai. Pot ser podem presentar-les i fer una grossa, es diu Saphira 🙂
Vols dir que és una bona idea presentar-les? Et veig amb moltes ganes de gresca! :O) (i gràcies per les paraules d’ànim…)
Los exámenes finales es toda una odisea para mamás, papás, y niños en general. Eso lo que tiene el mes de Junio, que es el mes del verano, o es el mes “ara” no ver.
Un beso.
He releído tu artículo dos veces y sigo sonriendo. ¡Qué razón tienes, Febe! Benditos padres que no se rinden, que se pegan a la mesa y a los libros con una tenacidad encomiable. En muchos casos, con una tenacidad que no tuvieron para sus propios estudios cuando eran ellos mismos quienes iban a clase. Pero ahora sí y ese tesón de ahora es todo un ejemplo de cariño hacia sus hijos. Por eso sonrío: porque conozco muchos de esos padres y me toca aprobarlos cada año.
Un abrazo grande,
Blanca